Jirafa ardiendo, Salvador Dalí

Dali-18

Este cuadro nos inspira.

Observen bien: la mujer ha perdido la piel de sus manos. Y en un gesto de horror las aparta del fuego. Ha levantado hasta la mitad de sus dos antebrazos las mangas de su camisa, tal vez para protegerlos del calor excesivo, teniendo en cuenta que también han perdido su piel.

Pero si el lector mira con atención esta parte del cuadro colegirá que no es reciente la famélica esbeltez de las mujeres sin piel. La que está en segundo plano refleja una realidad más dramática aún que la de la primera. Su cuerpo se ha carbonizado, último estadio del fuego. Es el nuevo traje del emperador, atavío de la posmodernidad que nos ha tocado en suerte. El carbono es la tragedia de una civilización que equivocó su ruta hacia el progreso.

La famélica esbeltez de las mujeres bien se explica por el paisaje desértico y carente de alimentos. Y por lo que exhibe en su mano la del segundo plano: el último pedazo de carne. Esqueléticas ambas, necesitan apoyarse sobre muchas muletas para empinarse sobre la muerte y levantar sus ojos hacia el cielo.

Clamor inútil. La primera está envuelta en un trapo rosado que le cubre el horror, y la segunda, mujer fósil ya, ornada de las últimas ramas, también esqueléticas, de quizás el último árbol que había en aquel paisaje de final del mundo, nos revela la inminencia del colapso.

La jirafa está ardiendo, pero no huye.

Y aunque es inevitable que acabará por consumirse (y resulte probable que ella lo intuya), permanece impasible con el fuego en sus crines. ¿Por qué?

He aquí nuestro drama contemporáneo: quemarnos muy lentamente sin poder huir.

El maravilloso invento de la libertad al que convenimos en llamar capitalismo se nos salió de madre durante el siglo XX, y devino en una forma salvaje y deshumanizada que hoy nos cobra la pretendida armonía y equidad que nos había sido prometida, aunque jamás alcanzamos.

Hoy abrasa y quema, arrasa y mata. Anula, confunde y homogeniza.

Por haber sacralizado sus dudosas bondades ya no tenemos otro dios que adorar.

Baal malo, Baal abrasador, Baal destructor, pero tan inevitable es el Baal de nuestros días que nos resulta imposible liberarnos de él.

No podemos huir del desarrollo debido a que a diario necesitamos de la electricidad para vivir. Pero una electricidad que proviene de la quema de los fósiles antiquísimos mata.

Trampa del progreso que nos prometieron los positivistas y que hoy nos siguen prometiendo los apologistas, en forma de crecimiento. Es paradójico asaz que hoy lamentemos cuando la economía deja de crecer un céntimo, hasta el punto de que lo consideremos equivalente a una tragedia sin comprender que la verdadera tragedia que vendrá puede ser la consecuencia de este modelo de crecimiento ilimitado y por ende insostenible.

He aquí el resultado: la jirafa está ardiendo y no se puede mover.

Salvador Dalí pintó este cuadro en 1935, y con ello profetizó, creemos, lo que habríamos de conocer los hombres en los primeros años del siglo XXI, cuando todas las evidencias científicas nos indican que nos estamos acercando, muy lentamente, hacia la hoguera total donde sucumbirán todas las culturas. Y aunque es cierto que lo pintó con ocasión de la guerra civil española, algo más de nuestra intuición que de nuestra información nos indica que Dalí intuyó el drama de nuestros días.  

El Informe Monitor sobre Vulnerabilidad Climática publicado en 2011 indica que el calentamiento global podrá duplicarse durante los próximos veinte años.

Según este informe cuyo resumen ejecutivo puede consultarse aquí [1], si no reaccionamos ya (entre 2016 y 2020), como humanidad y como cultura, y permitimos que llegue el año 2030 sin haber hecho cambios estructurales en la actual economía del carbono, más de 130 países serán altamente vulnerables al cambio climático.

La vulnerabilidad no es simplemente de la vida. Es una vulnerabilidad sistémica cuyo aspecto más crítico es la economía. El cambio climático provocó ya unas pérdidas económicas estimadas de cerca del 1% del PIB mundial en 2010 (700.000 millones de dólares). La economía intensiva en carbono le costó al mundo otro 0,7% del PIB ese año. Y alcanzaron en conjunto más de 1,2 billones de dólares en 2010. Hoy 250 millones de personas se enfrentan a las presiones de la subida del nivel del mar; 30 millones sufren las consecuencias de unas condiciones meteorológicas extremas, especialmente por las inundaciones; 25 millones están afectadas por el deshielo del permafrost; y 5 millones más sufren la amenaza de la desertificación.

¿Por qué ocurrió todo esto? Por un conjunto complejo de factores que modificaron gradualmente la cultura durante el siglo XX. Uno de los factores más decisivos de la crisis es el modelo de crecimiento, producción y consumo que asumieron las sociedades como requisito inequívoco del progreso. Este factor se concreta en el consumismo desenfrenado de las sociedades más opulentas del orbe, pero también en el inusitado deseo de imitar estas prácticas por parte de las nuevas economías emergentes, las que han demostrado su capacidad para superar los niveles de crecimiento de las viejas economías.

De las dos mujeres del cuadro de Dalí una de ella, la que no está aún convertida en carbón, se halla colonizada de cajones que se insertan en su cuerpo. El más grande de ellos está en su corazón, en sus deseos, en su apetencia infinita por la acumulación de cosas y más cosas, tántas que ya no le alcanza el cuerpo para llenarlo de cajones donde habrá de almacenar las cosas que a diario le ofrece una sociedad dedicada al consumismo hasta morir.

Obsérvese (lector buen observador) que la mujer aún no fosilizada está sostenida por cuatro muletas. Los cajones insertados en su cuerpo están tan llenos de cosas que ella necesita de ayuda externa para soportar el peso de su enorme almacén. Pero la otra mujer, la que ya se halla definitivamente fosilizada, ha perdido los cajones (uno puede suponer que se han vuelto cenizas), sin embargo aún conserva los vestigios de su último soporte; catorce muletas que ocupan toda su columna vertebral. Es progresivo el nivel de consumo en las sociedades tecnológicas avanzadas, a medida que se avanza hacia la muerte de las sociedades se avanza también en niveles de consumo.

Ahora bien, ¿es posible detener este fuego? ¿Detener el avance de la crisis climática? Sí. Varias acciones se requieren para ello. Todas urgentes, no hay mucho tiempo. Estas, entre otras: 1) Que se emprenda una reacción ciudadana global después del acuerdo de París de 2015. 2) Que esta reacción esté orientada a que los gobiernos centrales emprendan entre 2020 y 2050 una reforma estructural de las economías del mundo para hacer la transición entre una economía intensiva en carbono y una economía sin carbono, 3) Que se modifique el actual reglamento de las conferencias de partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático para que los ciudadanos participen de los acuerdos globales en el periodo pos 2015.

 

«Yo soy la locura» anónimo del siglo XVII Catalunya

Padre, yo soy la locura crucificada de ternura,
por mis sin muñecas, atravesada empuñadura.

Colgada por todo lo quebranto de la Oración pura,
en poemario mártir de mi Luz criatura.

Porque usted noche infierna, me volvió ,a base de rezar madrugadas,
Inocencia eterna, santa resurrección.

Y no tengo miedo, de lo que venga a enterrarme oscuridad profunda.

Porque la fuente del olvido, ya se olvidó de mi agua condenación.
Por ir tantas veces a lavarme en ella de espanto vertido, la violación de la soledad.

Creo en el poder santo de la escritura, haciendo de la libertad, sagrado corazón.

Quien lea en mí, no morirá sinVivir en sí.

Esta es la verdad incorrupta, de mi espíritu llanto.

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