En medio de la crisis provocada por el nuevo coronavirus, el parón que está sufriendo la sociedad global deja entrever a un claro beneficiario de esta pandemia: el medio ambiente, que se alivia de forma proporcional a la ralentización del ritmo desenfrenado de la vida humana.
Calles desiertas y silenciosas en donde se vuelve a escuchar el canto de los pájaros son el paisaje habitual por estos días en grandes megápolis y ciudades turísticas como Roma, Nueva York, Venecia o Madrid.
Un nuevo patógeno de la familia de los coronavirus se ha convertido en una pandemia que ya ha matado a cerca de 8,000 personas y contagiado a cientos de miles en el mundo, sin que puedan conocerse las cifras reales con precisión.
El alto grado de propagación ha obligado a tomar medidas extremas y en muchos países se han impuesto cuarentenas y se ha limitado considerablemente el movimiento de las personas y su exposición. Es la única manera de descender la curva de contagios, que, de ser masivos pueden llegar a colapsar los sistemas sanitarios, por muy avanzados que sean, como está ocurriendo en Italia.
La humanidad se enfrenta a un reto sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. El coronavirus está impactando directamente nuestra forma de vida y arrastrando a la humanidad a una crisis económica, que evidencia que los esquemas actuales no solo son vulnerables sino que a la larga son insostenibles.
En medio de la crisis, el parón que está sufriendo la sociedad global deja entrever a un claro beneficiario de esta pandemia: el planeta tierra, que se alivia de forma proporcional a la ralentización del ritmo desenfrenado de la vida humana como muestran estos indicios:
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